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Señales – Relato erótico corto (1)

Estoy cansada. Cansada de jugar al ratón y al gato, de los silencios y las ausencias, de las discusiones para aclarar malentendidos. «Tus señales se contradicen. Dices una cosa, luego otra. ¿Y qué me dices de tu lenguaje corporal?» Mi lenguaje corporal… como si el tuyo fuera claro. Te acercas, huyes, te acercas de nuevo,  te alejas… Basta ya. BASTA YA.

Reservo la sauna del hotel. «¿Vienes?» Vienes. Hablas sin parar. Intento seguirte el ritmo.  «Brenda B. Lennox… B of blowjob? Have you read The Master and Margarita by Mijaíl Bulgávoc? What do you think about Wittgenstein’s paradoxes?»  Palabras, palabras y más palabras en nuestra segunda lengua. La mía solo quiere saborear la tuya. ¿Cómo dejarlo claro esta vez?

Me levanto. Desanudo mi toalla. Se desliza hasta el suelo.  Te miro a los ojos. Hablan el mismo idioma que los míos. El que nos unía a todos antes de la caída de la Torre de Babel. Me giro.  Siento tu cuerpo desnudo detrás de mí, tus besos en mi cuello, tus manos en mis pechos, tu miembro entre mis muslos. Lo acaricio, lo guío a mi vulva, lo rodeo con los labios. Se desliza dentro de ellos buscando mi interior. Se detiene en la entrada, intenta penetrarla, pero muevo la cadera. No quiero follar ahora, no quiero follar así nuestra primera vez. Solo quiero sentirte. Tu cuerpo entiende al mío. Te mueves despacio, de atrás a adelante, de adelante a atrás. Me estoy volviendo loca, loca, loca por ti. Los espasmos me sacuden, aceleras y la humedad de tu orgasmo se funde con la del mío.

Me giro y te beso, te beso, te beso.

Gris – Relato erótico corto (2)

Su cuerpo es tan delgado, tan liviano, tan manejable. Y, sin embargo, tan fuerte, tan poderoso, tan lleno de vida, de deseo. Lo manejas. Te maneja. ¿Quién es el amo y la sumisa? Ambos. Así debería ser. Así es.  Lo sabes. Lo sabe. El amado domina al amante. Lo convierte en un dios. ¿Qué es sin él? Un simple humano. Nada. Nadie. Como siempre, como hoy, Grey de tres al cuarto con traje de rebajas y zapatos de plástico que imitan al cuero. Ella finge también. Y te llama «mi señor». Y tú ordenas como si lo fueras. Y ella obedece, y se tumba boca abajo sobre el colchón, y extiende las muñecas, y aguanta la respiración cuando las encadenas al cabecero de la cama.

Te tumbas sobre su cuerpo desnudo. Abres tu bragueta. Tienes la polla tan dura que te duele. Finges que no es así y le ordenas que suplique. Ella finge de nuevo. «Sea en mí su voluntad. Fólleme, mi amo. Fólleme si ese es su deseo». Pero no lo haces, no lo haces aunque quieres follártela, follártela sin tregua, follártela hasta partirla en dos. Un amo es más exquisito. Un amo aspira a un sexo más elevado.

Separas sus muslos, te sumerges entre los labios de su sexo, los haces nido con la palma de tu mano. Te frotas contra ellos, golpeas su clítoris con tu glande, muerdes sus hombros desnudos, arañas la cadera que serpentea, clavas tus garras para que te obedezca. Sientes la venida de su orgasmo. Sientes la venida del tuyo. Lo controlas. Los controlas. Te separas.  La castigas. Te castigas.  Es duro fingir ser un dios, ¿verdad?

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